El día que los camareros se pusieron en huelga
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Rodrigo Domínguez-Sáez | Madrid
Paris, 17 de abril de 1907 a las 18.30 horas, los camareros dejaron de tomar pedidos y cobraron las consumiciones, dejaron sus delantales y abandonaron sus locales. Había comenzado la huelga de camareros ante la mirada atónita y desconcertada tanto de los clientes como de los propietarios de los cafés.
En el número de agosto de 2022, Le Monde Diplomatique publica un artículo bajo el título “¡Bigote para todos!” del dibujante Mathieu Colloghan, que en otoño publicará un libro ilustrado con esta parte de la historia que él mismo resume y que traemos a Barra de ideas por su indudable aporte histórico como lo es la novela Tea Rooms, de Luisa Carnés, y nos sirve para entender también el presente de la restauración, la gran renuncia y las posibles movilizaciones que puedan surgir durante los próximos meses.
De la mofa de la prensa a la incredulidad de la patronal
El contexto era el de una Francia en la que acababan de morir más de 1.000 personas que trabajan en la mina de Courrières, lo que provocó una movilización social con gran extensión por todo el país y gran radicalidad que fue reprimida por la policía y el ejército. A pesar de la violencia, el gobierno accedió en aquel momento a una de las reivindicaciones históricas del movimiento obrero: el descanso semanal. Una demanda que fue parcialmente desbaratada por el gobierno con condiciones leoninas.
Los camareros, sin embargo, no tenían descanso y sus condiciones laborales se podían resumir así: el trabajador acudía por la mañana con su delantal y chaleco a la cafetería, si el propietario del café accedía, comenzaba una jornada laboral que podía durar 20 horas. Cuando terminaba el día, el trabajador no percibía ningún salario, sólo una pequeña parte de las propinas: el dueño se quedaba con parte y se descontaba el periódico del día, los palillos y la vajilla rota o las consumiciones no pagadas. En las grandes brasseries, los propietarios le imponían a los camareros un ayudante, una suerte de stagier, cuyo salario y comidas pagaban los propios camareros.
Los convenios negociados ya no eran reconocidos por la patronal ya que se trataba caso por caso, cafetería por cafetería, volviendo generalmente a las condiciones de semiesclavitud anteriores.
Desde 1904, la Confederación General del Trabajo (CGT) se había negado a dar por perdida la batalla del descanso semanal y puso en marcha una estrategia para que sus afiliados expresaran, de la forma más clandestina, sus fuerzas para una huelga que desembocó en el paro tres años después.
Exigencias de los camareros en 1907
Cuando llegó el 17 de abril de 1907, el ambiente ya estaba muy caldeado porque seis días antes habían comenzado la huelga los panaderos. En la primera reunión de los huelguistas, el líder del sindicato en el área de restauración leyó las reivindicaciones: descanso semanal, fin del cepillo y de los gastos a cargo de los trabajadores, reconocimiento del sindicato y, por último, derecho a llevar bigote. En aquella reunión recibieron el apoyo de otras categorías profesionales: mozos de hotel, mozos de carnicero y lavaplatos.
El derecho a llevar bigote, lo más llamativo de las reivindicaciones, tenía un gran poder simbólico. Impedir a camareros y panaderos llevarlo era una fórmula de clasismo en un momento en el que en Francia estaba de moda llevarlo. De la misma forma que en una época en el que la moda femenina era llevar peinados sueltos y cortes voluminosos, las trabajadoras del hogar debían llevarlo atado y cubierto.
Mientras tanto, cuenta Mathieu Colloghan, la patronal se mostraba firme para no reconocer al sindicato y aseguraba que los problemas se debían resolver lejos de los convenios. Fletaron, incluso, un tren desde Italia con trabajadores en condiciones miserables para sustituir a los huelguistas. Por su parte, la prensa empezaba a preocuparse por la radicalización de movimiento y exigía firmeza policial.
La huelga continuaba y en las terrazas había mensajes incitando a no dejar propinas por lo que muchos camareros dejaron de ir a los cafés al día siguiente a trabajar. No ganaban nada. La movilización se extendía por Lyon, Nantes, Marsella, etc.
Tras 16 días de huelga y represión, los camareros volvieron al trabajo al conseguir una reducción de los gastos y la desaparición del cepillo. No se reconoció ni al sindicato ni tampoco el día libre. Hubo que esperar hasta cuatro años después, con de una nueva hornada de movilizaciones se consiguieron los primeros salarios fijos, una renta mínima y el final definitivo de los gastos.
*Un artículo basado en «¡Bigote para todos!», publicado en Le Monde Diplomatique por el dibujante Mathieu Colloghan
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