Una gastronomía pornográfica

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gastronomía pornográfica

Sergio Gil-Texto

Los bares están cerrados y me aburro, se me vienen cosas raras a la cabeza, quijotadas, dejadme que os las suelte: Anoche ayuné.

Si me fío de los botones de la camisa, me estoy engordando un 10 por ciento más de lo que estaría dispuesto a aceptar. Ya en el catre sin conciliar el sueño pululaban por mi cabeza los hermanos Alegret, dos tipos bastante pitos, con los que compartí currelo, habitación y algunas risas canábicas durante los largos meses de un remoto invierno murciano: ciudad capital. Los tres estábamos desplazados de nuestra Cornellá natal, montando a destajo la estructura metálica de un parque infantil, que como empresa teníamos obligación de entregar en el plazo pactado por el patrón.

Ubicados en un largo paseo arbolado junto al Segura, formábamos cuadrilla; corrían los años 90, yo debía frisar los 17 pelotos, la jornada laboral sobrepasaba las 14 horas activo efectivas; por lo que regresábamos al apartamento alquilado sobre la media noche. El sueldo equivalía a una oficialía de primera como soldador y varios pluses en B (dudo si ahora es políticamente correcto llamarle dinero negro), que determinarían mi objetivo de comprarme un metalizado buga chanante, ¡menuda inversión!.

Ya una vez hospedados y recién duchados, tocaba cenar. Recuerdo que el menda que os cuenta, se cocinaba cualquier chorrada reconfortante, mientras que el mayor de los Alegret se atrincheraba en su piltra en estricto ayuno, despidiéndose de su hermano con una extraña, aunque simpática cantinela infantil. Que ahora que la tengo fresca, se la voy a soltar como broma vespertina a mis niñas, a ver si se duermen pronto y dejan de dar por culo un poquito antes. “Bona nit germà podrit” espetaba Jordi Alegret, “ igualment germà podent” respondía Joan , mientras iniciaba un protocolo perfecto, que es hoy precisamente, lo que me lleva al recuerdo reflexivo.

Era Juanito, el benjamín, una de esas personas meticulosas. Le molaba montarse la mesa rollo marqués: con mantel, cubiertos y servilleta de trapo. Abría la nevera recopilando en una fuente porcelánica de presentación cualquier cosa que echarse a la boca. Del frigorífico extraía embutido barato, algún quesito de los que ríen y ves a saber que surtido de restos (juro que nunca le vi comprar nada). Ya enmesado hojeaba una revista gastronómica de la que era suscriptor e inmerso en las páginas centrales, a base de fotografías exquisitas, recetas increíbles, comensales elegantes y vinos caros, se perdía orgásmicamente, se ensimismaba.

Le pregunté, en una ocasión, si la afición con la que devoraba la gaceta gastronómica era por el placer o hobbie de cocinar rico, o bien deseaba comer en esos restaurantes lujosos, tan afamados que se anunciaban en aquella editorial culinaria que ojeaba con tanta atención cada noche. Su respuesta me sigue pareciendo decisiva casi 30 años después; Joanet sin duda eras un visionario, un preceptor.

¿Pero qué dices Gil, de qué me hablas? Miro revistas para que esta mierda que me como sepa a algo decente … a mí los restaurantes y cocinar me la sudan por completo. Consumo gastronomía pornográfica, tío.
Fue cuando me giró la cara solemnemente para seguir con su lectura, cuando entendí que necesitaba con urgencia intimidad, también comprendí los motivos por los cuales su hermano huía cada jornada retirándose con el estómago vacío, conocedor del vicio fraternal. Sin duda eran unos sujetos divertidos estos Alegret, originales cuanto menos.

Desconozco qué habrá sido de ellos, perdí el contacto hace un tiempo. Imagino, que la pandemia, el confinamiento, la disociación forzada, las opiniones de los foodies y las fotos de influencers, instagramers y demás modernetes, se lo ponen ponen fácil a mi colega; que podrá disfrutar de veladas culinarias de alto nivel, cocinas de fusión y cotizadas estrellas Michelín en el calor de su casa.

A los restaurantes, hoy por hoy, no puede ir aunque quisiera; se lo ha prohibido su epidemiólogo de cabecera, uno de esos famosos de cuyo nombre no quiero acordarme; ya sabéis, ese que desde que sale en la tele, sabe latín, es experto en fútbol femenino y especialista en super héroes de Marvel con bata blanca.

Apuesto que nunca aprendió a freirse un huevo el bueno de mi amiguete, que andará preocupado en cuestiones transcendentales propias del momento histórico que vivimos (perdón, sobrevivimos). Cierro pluma que me pican a la puerta, son los de Glovo con mi papeo, hoy toca filete strogonoff Casa Úrsula, viene con cubiertos de plástico por comodidad, es lo que tiene el Delivery, un delicatessen.

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