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La presentación de una nueva norma suele hacerse con el ánimo de acabar con las ambigüedades relativas a un tema, y aunque no pretende dificultarnos la vida, sino más bien lo contrario, en algunos casos se hace de una manera traumática para aquellos que se tienen que atener a su cumplimiento.

Las adaptaciones a una norma, sobre todo si suponen cambios en las infraestructuras que afectan a la inversión planificada, suelen ser motivo de alarma. Sin embargo, cuando una norma no es de obligado cumplimiento sino recomendable y los agentes implicados pueden participar en su redacción, el tema cambia.

La norma AENOR de seguridad alimentaria, reconocida por el Ministerio de Trabajo e Industria, es un sello de calidad que supone un valor añadido para el negocio de restauración que la consigue. Nace con el ánimo de establecer las bases de la conservación de alimentos en línea fría.

La línea mixta es todavía el modo más común con el que trabajan pequeños establecimientos y grandes establecimientos con cambios de turno, aunque muchos de nuestros negocios, fundamentalmente los de restauración colectiva, trabajan en línea fría.

Esta tendencia a la normalización, que no moda, es un método de recomendación en el que se indican las especificaciones técnicas que se deben seguir en el mantenimiento de alimentos para alargar la caducidad de aquellos que han sido elaborados con anterioridad, sin que esto perjudique sus propiedades.

Los fallos acumulativos a la hora de conservar alimentos, se reflejan en los análisis bacteriológicos, lo que perjudica al cliente enormemente y en consecuencia al negocio.

Puesto que los interesados pueden participar en la creación de la norma, tienen la oportunidad de convertirla en una aliada a la hora de producirse un inconveniente bacteriológico denunciado por un cliente. Una ayuda para servir nuestros platos más seguros sabiendo que lo estamos haciendo bien, gracias a una norma en cuya redacción participamos todos.