El chiringuito ha muerto, viva el chiringuito

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Rodrigo Domínguez Sáez | Madrid

Miércoles 30 de agosto, no nos hemos olvidado todavía de las vacaciones, de la playa, del gozo. Pero ya estamos otra vez aquí, así que aprovecharemos para hacer algunas reflexiones que nos ha traído el verano. Hoy: elogio del chiringuito.

Veníamos hablando durante las semanas previas a la época estival sobre modelos de negocio y surgía ocasionalmente la palabra chiringuito. Todos caemos habitualmente en utilizar la palabra con un significado peyorativo, y vale que se haga en otros sectores, pero que en hostelería lo hagamos, no tiene perdón.

Surgió recientemente en una conversación con Eva Ballarín en Los Stagiers, los becarios del streaming gastronómico, en la que se mencionó a los chiringuitos para asociar estos locales con restaurantes con un bajo valor gastronómico y poco interés como establecimiento hostelero. Rápidamente nos dimos cuenta del error, pero es que además estaba escuchando José Manuel Saavedra, del Chiringuito Los Pinares, siempre con humor, que intervino para poner las cosas en su sitio. Todo en orden, primer aviso.

También, hace meses, lo comentábamos en algún momento de una formación con Inma Sánchez, del chiringuito La Cangreja, en la Manga. Qué pena que, en general, estemos usando la expresión chiringuito para referirnos a alguna empresa o institución que no cumple ni con la legalidad ni con una utilidad pública. Una pena.

Hoy, en mi elogio al chiringuito, confieso, aunque tampoco es ninguna sorpresa, porque para eso tenemos Instagram, que he pasado una parte importante de mis vacaciones en mi chiringuito de playa favorito. Yo, que soy poco de playas. El Náutico de San Vicente, en la península de O Grove, Galicia, es templo y lugar de peregrinaje para los melómanos, así que es fácil, muy fácil, encontrarse por allí a músicos asistiendo a conciertos de otros músicos o a chefs de toda España pasando unos días de descanso.

Breve esbozo de El Náutico de San Vicente

Este espacio lleva más de 30 años ofreciendo la mejor música en directo de artistas pop en España a los veraneantes y locales. Desde la pandemia del Covid sólo algunos artistas, generalmente no los más populares, anuncian allí sus conciertos, el resto son anónimos: el público compra su entrada con la esperanza de encontrar a algún gran artista (esta semana hemos visto, por ejemplo, a Leiva, en el escenario del chiringuito) o simplemente para disfrutar de un concierto de una banda por descubrir.

El local tiene dos escenarios, uno al aire libre, aunque techado (que es Galicia y nos conocemos) y el otro dentro del bar, donde además hacen conciertos todo el año. Lo normal es que durante el verano haya tres conciertos al día: una a mediodía, otro a las 20 horas y otro a medianoche.

Por supuesto, El Naútico de San Vicente tiene también un espacio abierto para los bañistas que quieran tomar algo durante todo el día. En la zona de los conciertos, además, preparan todas las tardes fideuá y tienen una carta de hamburguesas que ha montado el mismo Pepe Solla para los asistentes a los conciertos.

Para los muy cafeteros, Flooxer hizo un documental en capítulos que explora la parte más artística del Náutico.

«Un modelo de gestión suicida»

Lo que Miguel de la Cierva, el propietario de El Náutico, ha conseguido en estos 30 años es único: la convivencia de músicos y público se da de una forma absolutamente natural. El misticismo del propio local, su gastronomía y el lugar en el que está enclavado tienen buena parte de la culpa. La conjunción de astros la define perfectamente Pablo Novoa, músico de Golpes Bajos: “El gran acierto de Miguel es sacarle partido al Náutico como hostelero, ganarse la vida y, al mismo tiempo, hacer cosas que le gustan”.

Pero el propio de la Cierva asegura en el documental que el modelo de gestión, hasta 2016, había sido absolutamente anárquico. Parece que desde entonces, la profesionalización de la gestión a llevado aparejada una mejoría en la experiencia: «Mi modelo de gestión era un poco suicida. Sin ningún tipo de control con el dinero. Entonces delegué. Tengo que ocuparme de lo mío: hacer una programación, ver que todo va bien y ser un poco anfitrión».

No se olviden de rendir homenaje a los espacios que nos hacen la vida más feliz, se llamen como se llamen.

 

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